Por Juan Iramain. La reciente presentación de la ley de presupuesto en el Congreso fue un acto político de envergadura, además de un hito de la batalla cultural en la que el Gobierno está embarcado. La Argentina vive una etapa de transición política en la que todo se resignifica.
Javier Milei, que dice odiar la política, es, quizá, el animal político más voraz de la Argentina. Sin ser del todo consciente, sus días y sus noches se consumen en un único cometido: construir poder. Cuando juega con sus perros construye poder. Cuando se saca una foto con Elon Musk construye poder. Cuando concede una entrevista construye poder. Cuando se pelea con alguien, con o sin razón, lo asiste la lógica de la construcción de poder. Cada gesto del Presidente que confirma a propios y extraños que es distinto a los demás políticos, contribuye a alimentar su popularidad y, con eso, finalmente construye poder.
El domingo a la noche, Milei fue al Congreso a presentar el presupuesto para 2025. O sea, a construir poder. Todos los años, el Poder Ejecutivo manda al Congreso el presupuesto para el período siguiente y lo presenta el ministro de Economía en una sesión somnífera que después recogen los diarios hablando del dólar, la inflación, los gastos y los ingresos. Doña Rosa ni se entera. Esta vez, en cambio, Milei montó un show un domingo a la noche y lo puso en cadena nacional (el rating no acompañó, todo hay que decirlo). Casi no mencionó números. Sólo confirmó que su plan económico se reduce a una sola idea: superávit fiscal. Tan simple que incomoda.
Además del habitual despliegue histriónico del Presidente, la puesta en escena del domingo parece haber tenido un hilo conductor profundo: la resignificación. Gestos, acciones o mensajes que en algún momento significaron una cosa, ahora representan otra:
Qué es gobernar. Tradicionalmente, era la capacidad de proponer y ejecutar políticas públicas. Y para eso hacía falta representación en el Congreso y aliados con poder territorial. Hoy gobernar es vetar: contar con la minoría necesaria para bloquear las iniciativas que atenten contra el corazón del programa (el superávit fiscal), o para impedir un eventual juicio político contra el presidente.
Qué es un político. Antes era un profesional del poder, hábil conocedor de las intrigas palaciegas, capaz de negociar acuerdos por encima de la mesa y, cuando era necesario, también por debajo: la casta. Ahora un político es un outsider con capacidad de conectar con la gente y construir popularidad suficiente como para ganar una elección. No sería raro que los futuros diputados, intendentes o gobernadores provengan de las filas de los streamers e influencers.
Qué es gestionar. El viejo paradigma sostenía un dogma inamovible: gestionar es hacer obras públicas y aumentar los beneficios sociales. Y si la inflación —siempre alta—, se dispara demasiado, controlar precios. Intervenir. La doctrina liberal propone lo contrario: gestionar es bajar gastos, reducir impuestos, eliminar barreras. Achicar el Estado. Hacer menos: solo la macro. No más.
Qué es un presupuesto. Hasta no hace mucho, una proyección de ingresos y un pedido de autorización de gastos. Subestimando ingresos, de modo que si luego el Gobierno contaba con más fondos, tenía libertad para gastarlos haciendo política. Viejas mañas. Ahora es un compromiso de no gastar por encima de lo que ingresa, y de bajar impuestos en caso de que ingrese más de lo previsto. Léalo de nuevo: parece un error, pero no lo es.
El mensaje por cadena nacional fue mucho más que la presentación de un presupuesto. Fue un hito clave de la batalla cultural que libra Milei. El show parece apuntar a que, así como en algún momento todos acordamos que no habría nunca más golpes de estado, se vuelva unánime el convencimiento de que no se puede gastar más de lo que ingresa. Nunca más.
Por Juan Iramain
Partner y Director de INFOMEDIA
Ilustración: gentileza de GMAI
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