Por Juan Iramain. El bloqueo de la red social X en Brasil hace patente un conflicto que trasciende lo económico y lo legal. La Guerra Fría, que parecía haber terminado con la caída del Muro de Berlín, de alguna manera se reedita en estos días.
Cold War. Después de la derrota de Bolsonaro en las últimas elecciones presidenciales en Brasil, y la rebelión de los que no aceptaron el resultado, al juez del Supremo Tribunal Federal Alexandre de Moraes se le pusieron entre ojos siete tuiteros intensos. El 8 de agosto, ordenó que X les bloqueara sus cuentas, por “difundir mensajes de odio y noticias falsas” y determinó una multa diaria de unos USD 3.500 para la red social. Elon Musk, toro en su rodeo y torazo en rodeo ajeno, decidió ignorar la orden judicial por considerarla contraria a la libertad de expresión. Como era de esperar, Moraes se puso firme y aumentó la multa a USD 35.600 diarios, por incumplimiento de la orden anterior. Y así fue subiendo la temperatura.Elon decidió entonces cerrar la oficina de X en Brasil “para proteger la seguridad” de su equipo.
Moraes olió sangre y le dio 24 horas para nombrar un representante legal, como establece la ley, so pena de mandar a desconectar la red. Musk lo ignoró una vez más, quizá sin medir que el juez estaba obligado a cumplir su amenaza. Y efectivamente, mandó una orden judicial a la Agencia Nacional de Telecomunicaciones (Anatel) para que instruyera a las empresas operadoras de telecomunicaciones y bloquearan el URL de X. Todas acataron, menos Starlink —que es del mismo Musk—, así que el juez le bloqueó las cuentas bancarias. Ahora son Godzilla versus Kong.La novela de X en Brasil puede enfocarse desde múltiples puntos de vista. Una versión simplificada puede aportar alguna claridad al entuerto:
La soberanía de los países. Al final, el buen Elon, empresario global como es, que trafica además con bites, no se siente cómodo reconociendo que en territorio brasileño quienes mandan son las instituciones locales: si un juez del Supremo Tribunal Federal te dice que bloquees siete cuentas o que nombres a un representante legal, probablemente no te quede opción, por más en desacuerdo que estés. Eso, hasta que se cumpla el sueño de que vivamos en un mundo sin fronteras, como quería John Lennon.
La libertad de expresión. Las leyes pueden ser injustas, contrarias a los derechos humanos o a los principios democráticos. Pero ya lo dijo alguna vez el juez Hugo Black, cuando escribió su famoso dictamen sobre los Papeles del Pentágono, en plena Guerra Fría: para una democracia, es más peligroso restringir la libertad de expresión que cualquier otra amenaza contra la seguridad nacional. Y esa es la paradoja de las repúblicas modernas: que deben permitir que sus ciudadanos digan lo que quieran, aunque lo que dicen sea poco democrático.
La ideología. Si no se entiende el alcance de la polarización ideológica en la que vive Occidente, la mitad de los conflictos públicos se vuelven incomprensibles. Defender a ultranza la libertad de expresión, aunque ofenda, es propio de la derecha liberal clásica. Y en Brasil gobierna la izquierda. Elon Musk encarna el capitalismo liberal —por momentos incluso libertario— y el Supremo Tribunal Federal brasileño, que algo de política entiende, responde a Lula, que es progresista. A Godzilla y Kong, en este caso, no les importa tanto tener razón. Están en esta pelea para otra cosa: para confirmar su identidad. A muerte.
El conflicto entre Musk y Lula significa más por su valor simbólico que por los dólares que se juegan. En pleno siglo 21, la izquierda y la derecha ideológica reeditan cada día una nueva Guerra Fría.
(Imagen elaborada con IA, gentileza de GM)
Por Juan Iramain
Partner & Director at INFOMEDIA
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